Emergencias, energía y límites
El año 2020 será recordado como el año en que se vivió una emergencia sanitaria causada por un virus que se propagó por todo el planeta, paralizando países como nunca antes se había vivido.
Cada vez es mas evidente que la causa de las múltiples pandemias, que en los últimos años se han ido manifestado en el planeta, se deben a que la presente civilización está “jugando con fuego”, tanto simbólicamente como en los hechos. El jefe de medio ambiente de la ONU, Inger Andersen, recientemente decía acerca del Coronavirus: “La naturaleza nos está enviando un mensaje”.
La visión del mundo aún dominante es aquella que afirma que no existen límites a la actuación humana y que, por tanto, la humanidad tiene “derecho a dominar” sobre la naturaleza. Y esta visión del mundo se ha plasmado en la radical transformación de los sistemas naturales del planeta, resultante de la adicción de la sociedad al fuego - la quema de materiales fósiles para disponer de energía.
Las consecuencias las tenemos a la vista: destrucción de los sistemas naturales, debido al extractivismo minero al servicio de una economía adoradora de un crecimiento indefinido, que engorda un desenfrenado consumismo. Destrucción aupada por la ganadería industrial que fomenta el abuso de dietas carnívoras y la conversión de la agricultura tradicional en una agricultura basada en insumos químicos y fósiles, destruyendo la salud ecológica de los suelos. Destrucción rematada por la urbanización desenfrenada que tan bien plasmó Murray Bookchin en su obra The Rise of Urbanization and the Decline of Citizenship y que ha supuesto que las personas hayan dejado de ejercer su ciudadanía, en beneficio de seres anónimos, calificados como consumidores, a los que solo se pide el voto muy de vez en cuando, después de haber sido sometidos a verdaderos “lavados de cerebro” por parte de las fuerzas económicas dominantes.
Salir de este atolladero requiere recuperar el pleno ejercicio de la ciudadanía en el marco de la colectividad o comunidad local donde se vive y trabaja, y aceptando responsablemente los límites de los sistemas naturales del planeta de los que formamos parte.
Y es precisamente aquí donde las tecnologías para el aprovechamiento de las energías que nos rodean, y que la biosfera nos ofrece libremente, pueden jugar un papel no solo relevante sino decisivo en el devenir del siglo 21. Siempre que nos movamos dentro de determinados límites.
Ivan Illich afirmaba: “Creer en la posibilidad de altos niveles de energía "limpia" como solución a todos los males representa un error de juicio político. Es imaginar que la equidad en la participación del poder y el uso de la energía pueden crecer juntos. Víctimas de esta ilusión, los hombres industrializados no ponen el menor límite al crecimiento en el uso de la energía, y este crecimiento continúa con la única finalidad de proveer cada vez más gente de más productos procedentes de una industria controlada cada vez por menos gente. [...] Mi tesis sostiene que no es posible alcanzar un estado social basado en la noción de equidad ya la vez aumentar la energía disponible, si no es con la condición de que el uso de energía per cápita se mantenga dentro de límites”. Y continuaba diciendo: “Ahora es necesario que los políticos reconozcan que la energía física, una vez ha traspasado una determinada barrera, se hace inevitablemente corruptora del entorno social. Aunque se lograra producir una energía no contaminante y producirla en cantidad, el uso masivo de energía siempre tendrá sobre el cuerpo social el mismo efecto que la intoxicación por una droga físicamente inofensiva pero psíquicamente esclavizante. Un pueblo puede elegir entre una droga sustitutiva y una desintoxicación hecha a voluntad; pero no puede aspirar simultáneamente a la evolución de su libertad y convivencialidad por un lado, y tecnologías intensivas en energía para la otra.”
La emergencia sanitaria del coronavirus nos muestra claramente que continuar por el camino del siglo 20, nos conduce al abismo. A su vez, nos ofrece una oportunidad para repensar nuestra sociedad y reconstruirla en base a una nueva visión del mundo, aquella que considera la Tierra como un planeta en el que vivir significa respetar determinados límites. Y uno de ellos es la constante solar, pues si bien nuestro planeta es un sistema cerrado por lo que respecta a los materiales, en cuanto a la energía es un sistema abierto, en el que la vida se basa en el aprovechamiento de la energía del Sol.
¿Seremos capaces de mantener y reproducir la milenaria y entrañable historia de amor entre nuestro planeta y el Sol? Hoy disponemos de las tecnologías para hacerlo, pero ¿será la sociedad capaz de defender y ejercer su derecho a la apropiación social de ellas? o por el contario, ¿renunciará en beneficio de minorías cuyo único objetivo es su dominio sobre la sociedad?
Pep Puig i Boix
El año 2020 será recordado como el año en que se vivió una emergencia sanitaria causada por un virus que se propagó por todo el planeta, paralizando países como nunca antes se había vivido.
Cada vez es mas evidente que la causa de las múltiples pandemias, que en los últimos años se han ido manifestado en el planeta, se deben a que la presente civilización está “jugando con fuego”, tanto simbólicamente como en los hechos. El jefe de medio ambiente de la ONU, Inger Andersen, recientemente decía acerca del Coronavirus: “La naturaleza nos está enviando un mensaje”.
La visión del mundo aún dominante es aquella que afirma que no existen límites a la actuación humana y que, por tanto, la humanidad tiene “derecho a dominar” sobre la naturaleza. Y esta visión del mundo se ha plasmado en la radical transformación de los sistemas naturales del planeta, resultante de la adicción de la sociedad al fuego - la quema de materiales fósiles para disponer de energía.
Las consecuencias las tenemos a la vista: destrucción de los sistemas naturales, debido al extractivismo minero al servicio de una economía adoradora de un crecimiento indefinido, que engorda un desenfrenado consumismo. Destrucción aupada por la ganadería industrial que fomenta el abuso de dietas carnívoras y la conversión de la agricultura tradicional en una agricultura basada en insumos químicos y fósiles, destruyendo la salud ecológica de los suelos. Destrucción rematada por la urbanización desenfrenada que tan bien plasmó Murray Bookchin en su obra The Rise of Urbanization and the Decline of Citizenship y que ha supuesto que las personas hayan dejado de ejercer su ciudadanía, en beneficio de seres anónimos, calificados como consumidores, a los que solo se pide el voto muy de vez en cuando, después de haber sido sometidos a verdaderos “lavados de cerebro” por parte de las fuerzas económicas dominantes.
Salir de este atolladero requiere recuperar el pleno ejercicio de la ciudadanía en el marco de la colectividad o comunidad local donde se vive y trabaja, y aceptando responsablemente los límites de los sistemas naturales del planeta de los que formamos parte.
Y es precisamente aquí donde las tecnologías para el aprovechamiento de las energías que nos rodean, y que la biosfera nos ofrece libremente, pueden jugar un papel no solo relevante sino decisivo en el devenir del siglo 21. Siempre que nos movamos dentro de determinados límites.
Ivan Illich afirmaba: “Creer en la posibilidad de altos niveles de energía "limpia" como solución a todos los males representa un error de juicio político. Es imaginar que la equidad en la participación del poder y el uso de la energía pueden crecer juntos. Víctimas de esta ilusión, los hombres industrializados no ponen el menor límite al crecimiento en el uso de la energía, y este crecimiento continúa con la única finalidad de proveer cada vez más gente de más productos procedentes de una industria controlada cada vez por menos gente. [...] Mi tesis sostiene que no es posible alcanzar un estado social basado en la noción de equidad ya la vez aumentar la energía disponible, si no es con la condición de que el uso de energía per cápita se mantenga dentro de límites”. Y continuaba diciendo: “Ahora es necesario que los políticos reconozcan que la energía física, una vez ha traspasado una determinada barrera, se hace inevitablemente corruptora del entorno social. Aunque se lograra producir una energía no contaminante y producirla en cantidad, el uso masivo de energía siempre tendrá sobre el cuerpo social el mismo efecto que la intoxicación por una droga físicamente inofensiva pero psíquicamente esclavizante. Un pueblo puede elegir entre una droga sustitutiva y una desintoxicación hecha a voluntad; pero no puede aspirar simultáneamente a la evolución de su libertad y convivencialidad por un lado, y tecnologías intensivas en energía para la otra.”
La emergencia sanitaria del coronavirus nos muestra claramente que continuar por el camino del siglo 20, nos conduce al abismo. A su vez, nos ofrece una oportunidad para repensar nuestra sociedad y reconstruirla en base a una nueva visión del mundo, aquella que considera la Tierra como un planeta en el que vivir significa respetar determinados límites. Y uno de ellos es la constante solar, pues si bien nuestro planeta es un sistema cerrado por lo que respecta a los materiales, en cuanto a la energía es un sistema abierto, en el que la vida se basa en el aprovechamiento de la energía del Sol.
¿Seremos capaces de mantener y reproducir la milenaria y entrañable historia de amor entre nuestro planeta y el Sol? Hoy disponemos de las tecnologías para hacerlo, pero ¿será la sociedad capaz de defender y ejercer su derecho a la apropiación social de ellas? o por el contario, ¿renunciará en beneficio de minorías cuyo único objetivo es su dominio sobre la sociedad?
Pep Puig i Boix