Liberarnos del fuego
Desde que nuestros ancestros Neandertales aprendieron a dominar el fuego, la humanidad se ha basado en la combustión para disponer de energía. El fenómeno de la combustión es un proceso químico de oxidación de un material.
Desde los orígenes, la combustión se ha basado en la leña, pero al llegar la industrialización, con la escasez de leña, se inició la utilización de lo que hoy llamamos combustibles fósiles. Primero fue el carbón, para pasar a continuación al petróleo y al gas. Y a la mitad del siglo XX se introduce la fisión nuclear, que no es otra cosa que una forma mucho más sofisticada de 'fuego'.
Todo ello para obtener energía térmica que permite, a la sociedad, hacer un montón de cosas, tales como calentar y disponer de luz. Y si al fuego le añadimos algún artilugio, obtenemos fuerza mecánica, lo que nos permite aprovechar la fuerza para mover cosas.
Aunque en la Grecia Antigua se conocía el magnetismo, no fue hasta a partir del 1600 cuando los científicos comienzan a describir lo que hoy conocemos como ‘electricidad’ y 'magnetismo'. Entre 1790 y 1840 los científicos crearon la batería eléctrica y la corriente eléctrica, reconociendo que la electricidad y el magnetismo estaban estrechamente relacionados, pues al mover un cable en un campo magnético se produce una corriente eléctrica en el cable y, a la inversa, haciendo pasar una corriente eléctrica por un cable se produce un campo magnético. Así surgieron la 'dinamo' para generar electricidad a partir del movimiento y el motor eléctrico, para crear movimiento a partir de la electricidad.
A despecho de que la electricidad es un proceso físico, a diferencia del fuego que es un proceso químico, la generación de electricidad puede necesitar del proceso químico de la combustión. Así fue como haciendo hervir agua, las máquinas de vapor transformaban antes, y hoy lo hacen las turbinas de vapor, la energía térmica liberada por la combustión, en movimiento, y si se les acopla una dinamo, antes, y actualmente un alternador, ya tenemos electricidad.
Sin embargo, desde hace bastante tiempo, también sabemos generar electricidad sin quemar nada de nada. Así nacieron los aprovechamientos hidráulicos, que aprovechando la fuerza del agua (en un río o en un estuario con mareas) se hacían girar ruedas o turbinas acopladas, antes a dinamos y hoy a alternadores, del mismo modo que se aprovechaba el impulso del agua para disponer de fuerza mecánica que permitía hacer girar muelas para molturar grano o accionar martillos para triturar harapos y menas de minerales, etc. También la fuerza del viento permitió hacer girar, antes dinamos y hoy alternadores, con lo cual, a finales del siglo XIX ya se obtenía electricidad (en corriente continua) y, hoy se obtiene, electricidad, tanto antes como ahora, electricidad libre de fuego.
Hoy, todas las cosas que nos permitía hacer el fuego, las permite hacer la electricidad. Y si la electricidad la obtenemos libre de fuego, finalmente la humanidad tiene la oportunidad de librarse del fuego para poder disponer de los servicios que requieren energía. Y no solo eso, sino que, las consecuencias no queridas de la combustión (contaminación del aire, lluvias ácidas, calentamiento de la atmósfera) y de la fisión (contaminación radiactiva, residuos nucleares) dejan de producirse desde el momento que la sociedad decida abandonar el fuego para generar energía.
Empieza a ser la hora para que nos decidamos por una forma de disponer de energía sin tener que hacer fuego. Esto nos permitirá dejar de utilizar el vocabulario que se fue generalizando en la Era 'moderna' del fuego. Así, cuando se habla de energía se emplean expresiones como 'consumir energía', 'ahorrar energía', 'conservar energía', etc., cuando lo que en realidad debería decir es consumir carbón, consumir petróleo, consumir gas y consumir uranio; ahorrar carbón, ahorrar petróleo, ahorrar gas y ahorrar uranio; conservar carbón, conservar petróleo, conservar gas y conservar uranio.
A lo largo del siglo XX, se ha banalizado la palabra 'energía' para dar un nombre genérico a lo que en realidad son unos combustibles (fósiles y nucleares) que, en sí mismos no son energía, pues la energía solamente se obtiene en el momento de quemar los combustibles fósiles y en fisionar el combustible nuclear, lo que hace que los materiales fósiles y nucleares desaparezcan, se consuman de verdad.
Si bien tiene sentido aplicar las palabras 'consumo', 'ahorro' y 'conservación' a los materiales que por el proceso químico de la combustión (o fisión) liberan energía, no tiene ningún sentido aplicarlas a la electricidad (aunque también se ha banalizado la palabra 'energía' al aplicarla al fenómeno físico de la electricidad, diciendo ‘energía eléctrica', cuando la electricidad es un proceso físico, que requiere generación y uso final, simultáneamente, para que exista). Una vez el proceso físico en funcionamiento, la electricidad que nos proporciona la tenemos que usar y la utilizamos para proveernos de servicios. Y la provisión de un servicio se puede hacer de forma eficiente o de forma derrochadora. Por lo tanto, tiene una gran importancia saber 'lo qué hacemos' y saber 'cómo lo hacemos', cuando las cosas que hacemos, las hacemos a partir del uso de la electricidad que se ha generado.
En mi última entrada a este blog, citaba a Walt Patterson cuando afirmaba: "Debemos rescatar la valiosa palabra 'energía' y restaurar su significado original. La energía es el principio unificador del universo. . . . . Degradar el profundo concepto físico de energía en una simple etiqueta para nombrar 'el petróleo, el carbón, el gas y la electricidad' nos priva de una palabra clave para nuestra nueva historia y nuestro futuro mejor."
Reclamemos pues, bien fuerte, la palabra energía para significar lo que realmente es y no la mal utilicemos para describir unos materiales que, a lo largo de los últimos siglos, han hecho posible el mantenimiento de la Era del fuego. Hoy cuando vemos y constatamos claramente las nefastas consecuencias del uso del fuego, es de la máxima urgencia romper las cadenas que nos encadenan todavía en la Era del fuego. ¿Cómo? Repensando las cosas que nuestra sociedad quiere hacer y repensando también como las quiere hacer. Hoy ya podemos hacerlas liberándonos del fuego y de sus nefastas consecuencias. ¡Liberémonos del fuego!
Pep Puig
Desde que nuestros ancestros Neandertales aprendieron a dominar el fuego, la humanidad se ha basado en la combustión para disponer de energía. El fenómeno de la combustión es un proceso químico de oxidación de un material.
Desde los orígenes, la combustión se ha basado en la leña, pero al llegar la industrialización, con la escasez de leña, se inició la utilización de lo que hoy llamamos combustibles fósiles. Primero fue el carbón, para pasar a continuación al petróleo y al gas. Y a la mitad del siglo XX se introduce la fisión nuclear, que no es otra cosa que una forma mucho más sofisticada de 'fuego'.
Todo ello para obtener energía térmica que permite, a la sociedad, hacer un montón de cosas, tales como calentar y disponer de luz. Y si al fuego le añadimos algún artilugio, obtenemos fuerza mecánica, lo que nos permite aprovechar la fuerza para mover cosas.
Aunque en la Grecia Antigua se conocía el magnetismo, no fue hasta a partir del 1600 cuando los científicos comienzan a describir lo que hoy conocemos como ‘electricidad’ y 'magnetismo'. Entre 1790 y 1840 los científicos crearon la batería eléctrica y la corriente eléctrica, reconociendo que la electricidad y el magnetismo estaban estrechamente relacionados, pues al mover un cable en un campo magnético se produce una corriente eléctrica en el cable y, a la inversa, haciendo pasar una corriente eléctrica por un cable se produce un campo magnético. Así surgieron la 'dinamo' para generar electricidad a partir del movimiento y el motor eléctrico, para crear movimiento a partir de la electricidad.
A despecho de que la electricidad es un proceso físico, a diferencia del fuego que es un proceso químico, la generación de electricidad puede necesitar del proceso químico de la combustión. Así fue como haciendo hervir agua, las máquinas de vapor transformaban antes, y hoy lo hacen las turbinas de vapor, la energía térmica liberada por la combustión, en movimiento, y si se les acopla una dinamo, antes, y actualmente un alternador, ya tenemos electricidad.
Sin embargo, desde hace bastante tiempo, también sabemos generar electricidad sin quemar nada de nada. Así nacieron los aprovechamientos hidráulicos, que aprovechando la fuerza del agua (en un río o en un estuario con mareas) se hacían girar ruedas o turbinas acopladas, antes a dinamos y hoy a alternadores, del mismo modo que se aprovechaba el impulso del agua para disponer de fuerza mecánica que permitía hacer girar muelas para molturar grano o accionar martillos para triturar harapos y menas de minerales, etc. También la fuerza del viento permitió hacer girar, antes dinamos y hoy alternadores, con lo cual, a finales del siglo XIX ya se obtenía electricidad (en corriente continua) y, hoy se obtiene, electricidad, tanto antes como ahora, electricidad libre de fuego.
Hoy, todas las cosas que nos permitía hacer el fuego, las permite hacer la electricidad. Y si la electricidad la obtenemos libre de fuego, finalmente la humanidad tiene la oportunidad de librarse del fuego para poder disponer de los servicios que requieren energía. Y no solo eso, sino que, las consecuencias no queridas de la combustión (contaminación del aire, lluvias ácidas, calentamiento de la atmósfera) y de la fisión (contaminación radiactiva, residuos nucleares) dejan de producirse desde el momento que la sociedad decida abandonar el fuego para generar energía.
Empieza a ser la hora para que nos decidamos por una forma de disponer de energía sin tener que hacer fuego. Esto nos permitirá dejar de utilizar el vocabulario que se fue generalizando en la Era 'moderna' del fuego. Así, cuando se habla de energía se emplean expresiones como 'consumir energía', 'ahorrar energía', 'conservar energía', etc., cuando lo que en realidad debería decir es consumir carbón, consumir petróleo, consumir gas y consumir uranio; ahorrar carbón, ahorrar petróleo, ahorrar gas y ahorrar uranio; conservar carbón, conservar petróleo, conservar gas y conservar uranio.
A lo largo del siglo XX, se ha banalizado la palabra 'energía' para dar un nombre genérico a lo que en realidad son unos combustibles (fósiles y nucleares) que, en sí mismos no son energía, pues la energía solamente se obtiene en el momento de quemar los combustibles fósiles y en fisionar el combustible nuclear, lo que hace que los materiales fósiles y nucleares desaparezcan, se consuman de verdad.
Si bien tiene sentido aplicar las palabras 'consumo', 'ahorro' y 'conservación' a los materiales que por el proceso químico de la combustión (o fisión) liberan energía, no tiene ningún sentido aplicarlas a la electricidad (aunque también se ha banalizado la palabra 'energía' al aplicarla al fenómeno físico de la electricidad, diciendo ‘energía eléctrica', cuando la electricidad es un proceso físico, que requiere generación y uso final, simultáneamente, para que exista). Una vez el proceso físico en funcionamiento, la electricidad que nos proporciona la tenemos que usar y la utilizamos para proveernos de servicios. Y la provisión de un servicio se puede hacer de forma eficiente o de forma derrochadora. Por lo tanto, tiene una gran importancia saber 'lo qué hacemos' y saber 'cómo lo hacemos', cuando las cosas que hacemos, las hacemos a partir del uso de la electricidad que se ha generado.
En mi última entrada a este blog, citaba a Walt Patterson cuando afirmaba: "Debemos rescatar la valiosa palabra 'energía' y restaurar su significado original. La energía es el principio unificador del universo. . . . . Degradar el profundo concepto físico de energía en una simple etiqueta para nombrar 'el petróleo, el carbón, el gas y la electricidad' nos priva de una palabra clave para nuestra nueva historia y nuestro futuro mejor."
Reclamemos pues, bien fuerte, la palabra energía para significar lo que realmente es y no la mal utilicemos para describir unos materiales que, a lo largo de los últimos siglos, han hecho posible el mantenimiento de la Era del fuego. Hoy cuando vemos y constatamos claramente las nefastas consecuencias del uso del fuego, es de la máxima urgencia romper las cadenas que nos encadenan todavía en la Era del fuego. ¿Cómo? Repensando las cosas que nuestra sociedad quiere hacer y repensando también como las quiere hacer. Hoy ya podemos hacerlas liberándonos del fuego y de sus nefastas consecuencias. ¡Liberémonos del fuego!
Pep Puig