El fin de la era del fuego (fósil-nuclear)
Sin energía, la vida en el planeta Tierra no existiría, pues todas las formas de vida existentes extraen energía del entorno y la convierten para que pueda ser utilizada (para vivir). La diferencia entre los seres humanos y las otras formas de vida, con las cuales compartimos el planeta, es que la humanidad puede iniciar el fuego a voluntad. Cuando nuestros ancestros aprendieron a ‘dominar’ el fuego, hicieron el primer paso para devenir la forma de vida dominante en la Tierra. El control del fuego fue la clave para utilizar lo que hoy denominamos ‘energía’.
Utilizando la energía, liberada por combustión, la humanidad ha transformado el mundo natural, de tal forma que la ‘civilización’ industrial, hoy dominante, pretende prescindir de los ecosistemas naturales, ignorando que sin ellos, los humanos no podríamos vivir.
Por ello, se hace necesario reexaminar urgentemente la capacidad humana de iniciar el ‘fuego’ y más cuando el ‘fuego’ moderno se basa en la combustión de materiales fósiles y en la fisión de materiales físiles, materiales ambos, que se encuentran en la corteza terrestre en forma estrictamente limitada, requiriendo esfuerzos crecientes para su extracción.
Desde los mismos orígenes de la humanidad cuando se descubrió y se aprendió a utilizar el fuego, su uso tuvo consecuencias no deseadas. Con una cerilla se puede encender una barbacoa o incendiar un bosque, con una chispa se puede encender una caldera o causar una explosión en una mina de carbón. Los ‘fuegos modernos’ también tienen sus consecuencias no deseadas. El smog y la lluvia ácida causados por la combustión de materiales fósiles hacen irrespirables muchos entornos urbanos y afectan gravemente a los ecosistemas naturales (fluviales, silvícolas), las emisiones de gases de efecto invernadero, calentando la atmosfera, amenazan la estabilidad climática del planeta. Las emisiones radioactivas de las centrales nucleares en su funcionamiento habitual y accidental, son la causa del envenenamiento radioactivo de la biosfera, esa delgada capa que hace posible la vida en la Tierra.
Si bien la humanidad ha obtenido energía para sus necesidades a partir de la combustión, primero de la biomasa (leña) y mas recientemente de los combustibles fósiles, no ha sido hasta que estos han dominado completamente el panorama energético mundial cuando empezamos a darnos cuenta de las consecuencias globales no deseadas de su uso.
Se podría decir que hemos estado inmersos, a lo largo del siglo XX, en una especie de dictadura fósil-nuclear, pues estas formas muy específicas de energía se pretendían únicas, despreciando cualquier otra forma de energía. Y este desprecio, aún perdura en algunas mentes fosilizadas. Los materiales fósiles y nucleares pretendieron, a lo largo del siglo XX, arrinconar otras formas de obtener energía que la humanidad había ido desarrollando a lo largo de los siglos: aprovechando la fuerza del agua y del viento, la radiación solar, el calor de la Tierra, etc. Y casi lo consiguieron . . . . hasta que llegaron las primeras crisis de petróleo.
Fue a partir de 1973 cuando unos reducidos grupos de personas, en distintas partes del mundo, empezaron a desarrollar tecnologías para disponer de energía sin necesidad de ningún tipo de combustión de materiales, basándose en la experiencia acumulada a lo largo de los siglos en aquellas tecnologías que aprovechan los flujos que se manifiestan en la biosfera, captando la energía que contienen y transformándola en una forma de energía útil a la sociedad.
Gracias a la imaginación, coraje, persistencia e innovación de aquellos grupos (y de los que han continuado su trabajo), hoy tenemos a nuestra disposición un gran abanico de tecnologías que nos permiten disponer de la energía requerida para proveer los servicios que la humanidad necesita para vivir dignamente en el planeta. Y ello sin que medie ningún tipo de combustión, sin quemar ni fisionar ningún material, sin consumirlo (como es el caso de la combustión y la fisión, pues al quemar o fisionar el material para liberar la energía que contiene, el material deja de estar disponible, pues se ha consumido). Con que elegancia y simplicidad se puede hoy disponer de energía limpia (térmica, eléctrica) a partir de la captación de flujos biosféricos y sin necesidad de quemar (consumir) ningún material, sin necesidad de ningún tipo de emisiones ni de residuos.
Estamos pues a las puertas de un gran cambio de paradigma energético: pasar de la era del fuego a la era de los flujos. Dejar de quemar combustibles fósiles y dejar de fisionar materiales físiles para la obtención de energía, tiene un significado mucho mas profundo para la humanidad, pues el aprovechamiento de los flujos que se manifiestan en la biosfera para la obtención de energía, significa para los humanos dejar de ser consumidores de materiales para pasar a ser aprovechadores de flujos, recuperando el papel de colaboración y cooperación activa en el funcionamiento de la biosfera.
El reto actual es, por una parte, disponer de tecnologías que permitan la captación y transformación de los flujos minimizando la cantidad de material necesario para ello, y, por otra parte, materializar en la práctica la apropiación social de estas tecnologías, pues sin su apropiación por parte de la sociedad, las tecnologías hoy disponibles podrían ser monopolizadas por las grandes corporaciones energéticas para continuar con su dominio sobre la sociedad, de la misma manera que han hecho en la era del fuego fósil-nuclear.
Pep Puig i Boix
Sin energía, la vida en el planeta Tierra no existiría, pues todas las formas de vida existentes extraen energía del entorno y la convierten para que pueda ser utilizada (para vivir). La diferencia entre los seres humanos y las otras formas de vida, con las cuales compartimos el planeta, es que la humanidad puede iniciar el fuego a voluntad. Cuando nuestros ancestros aprendieron a ‘dominar’ el fuego, hicieron el primer paso para devenir la forma de vida dominante en la Tierra. El control del fuego fue la clave para utilizar lo que hoy denominamos ‘energía’.
Utilizando la energía, liberada por combustión, la humanidad ha transformado el mundo natural, de tal forma que la ‘civilización’ industrial, hoy dominante, pretende prescindir de los ecosistemas naturales, ignorando que sin ellos, los humanos no podríamos vivir.
Por ello, se hace necesario reexaminar urgentemente la capacidad humana de iniciar el ‘fuego’ y más cuando el ‘fuego’ moderno se basa en la combustión de materiales fósiles y en la fisión de materiales físiles, materiales ambos, que se encuentran en la corteza terrestre en forma estrictamente limitada, requiriendo esfuerzos crecientes para su extracción.
Desde los mismos orígenes de la humanidad cuando se descubrió y se aprendió a utilizar el fuego, su uso tuvo consecuencias no deseadas. Con una cerilla se puede encender una barbacoa o incendiar un bosque, con una chispa se puede encender una caldera o causar una explosión en una mina de carbón. Los ‘fuegos modernos’ también tienen sus consecuencias no deseadas. El smog y la lluvia ácida causados por la combustión de materiales fósiles hacen irrespirables muchos entornos urbanos y afectan gravemente a los ecosistemas naturales (fluviales, silvícolas), las emisiones de gases de efecto invernadero, calentando la atmosfera, amenazan la estabilidad climática del planeta. Las emisiones radioactivas de las centrales nucleares en su funcionamiento habitual y accidental, son la causa del envenenamiento radioactivo de la biosfera, esa delgada capa que hace posible la vida en la Tierra.
Si bien la humanidad ha obtenido energía para sus necesidades a partir de la combustión, primero de la biomasa (leña) y mas recientemente de los combustibles fósiles, no ha sido hasta que estos han dominado completamente el panorama energético mundial cuando empezamos a darnos cuenta de las consecuencias globales no deseadas de su uso.
Se podría decir que hemos estado inmersos, a lo largo del siglo XX, en una especie de dictadura fósil-nuclear, pues estas formas muy específicas de energía se pretendían únicas, despreciando cualquier otra forma de energía. Y este desprecio, aún perdura en algunas mentes fosilizadas. Los materiales fósiles y nucleares pretendieron, a lo largo del siglo XX, arrinconar otras formas de obtener energía que la humanidad había ido desarrollando a lo largo de los siglos: aprovechando la fuerza del agua y del viento, la radiación solar, el calor de la Tierra, etc. Y casi lo consiguieron . . . . hasta que llegaron las primeras crisis de petróleo.
Fue a partir de 1973 cuando unos reducidos grupos de personas, en distintas partes del mundo, empezaron a desarrollar tecnologías para disponer de energía sin necesidad de ningún tipo de combustión de materiales, basándose en la experiencia acumulada a lo largo de los siglos en aquellas tecnologías que aprovechan los flujos que se manifiestan en la biosfera, captando la energía que contienen y transformándola en una forma de energía útil a la sociedad.
Gracias a la imaginación, coraje, persistencia e innovación de aquellos grupos (y de los que han continuado su trabajo), hoy tenemos a nuestra disposición un gran abanico de tecnologías que nos permiten disponer de la energía requerida para proveer los servicios que la humanidad necesita para vivir dignamente en el planeta. Y ello sin que medie ningún tipo de combustión, sin quemar ni fisionar ningún material, sin consumirlo (como es el caso de la combustión y la fisión, pues al quemar o fisionar el material para liberar la energía que contiene, el material deja de estar disponible, pues se ha consumido). Con que elegancia y simplicidad se puede hoy disponer de energía limpia (térmica, eléctrica) a partir de la captación de flujos biosféricos y sin necesidad de quemar (consumir) ningún material, sin necesidad de ningún tipo de emisiones ni de residuos.
Estamos pues a las puertas de un gran cambio de paradigma energético: pasar de la era del fuego a la era de los flujos. Dejar de quemar combustibles fósiles y dejar de fisionar materiales físiles para la obtención de energía, tiene un significado mucho mas profundo para la humanidad, pues el aprovechamiento de los flujos que se manifiestan en la biosfera para la obtención de energía, significa para los humanos dejar de ser consumidores de materiales para pasar a ser aprovechadores de flujos, recuperando el papel de colaboración y cooperación activa en el funcionamiento de la biosfera.
El reto actual es, por una parte, disponer de tecnologías que permitan la captación y transformación de los flujos minimizando la cantidad de material necesario para ello, y, por otra parte, materializar en la práctica la apropiación social de estas tecnologías, pues sin su apropiación por parte de la sociedad, las tecnologías hoy disponibles podrían ser monopolizadas por las grandes corporaciones energéticas para continuar con su dominio sobre la sociedad, de la misma manera que han hecho en la era del fuego fósil-nuclear.
Pep Puig i Boix